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Así vive un diputado cualquiera todos los días con un
ingreso mensual llamado "dieta" de 77 mil 745 pesos. |
Por Denise Dresser
Así vive un Diputado
cualquiera. Todos los días. Con un ingreso mensual llamado “dieta” de 77
mil 745 pesos. Con algo denominado “asistencia legislativa” de 45 mil
786 mensuales sobre los cuales no tiene que rendir cuentas. Con una
cantidad no especificada para la “atención ciudadana” cuyo destino
tampoco necesita explicar. Cada mes un legislador destina a su cartera
153 mil 203 pesos, acompañanados de vales para el consumo de alimentos,
tarjetas IAVE, boletos de avión para ostensiblemente regresar a su
distrito, apoyo para la contratación de asesores, seguro de vida, seguro
médico, aguinaldo y fondo de ahorro. Asegurándose así una vida
privilegiada. Opulenta. El financiamiento para la frivolidad.
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En Valle
de Chalco "miseria y corrupción" |
El financiamiento para la gran comilona, como el título de aquella
vieja película italiana de Marco Ferreri. La falta de control en los
recursos del Congreso, reportada recientemente por Carmen Aristegui, que
permite a diputados y senadores comprar artículos de aseo personal. O
bolsas de diseñador para su uso personal. O comidas de lujo. O juegos de
cubiertos, joyería, boleadas de zapatos o servicios de tintorería. Como
el senador Ernesto Cordero, quien al frente de la bancada del PAN en el
Senado en 2013, compró -con los recursos del erario- champú contra la
caída del cabello, objetos de aseo personal y una bolsa Louis Vuitton.
Como su compañero de bancada, Jorge Lavalle Maury, quien cargó al
presupuesto de la bancada nueve comidas cuyo gasto total fue de casi 68
mil pesos. Tan sólo una de estas comidas tuvo un costo de 14 mil pesos.
Pagada con los impuestos de los lectores de este texto.
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En Valle de Chalco, tres menores de edad no acuden a clases
por falta de recursos para cubrir la cuota de la escuela. | |
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Y sería nada más el escándalo de la semana si no revelara un problema
mucho más profundo. La total falta de control sobre qué hace y cómo
gasta el Congreso. La absoluta falta de respuesta a la investigación del
CIDE, “¿A quién le rinde cuentas el Poder Legislativo?”. Convirtiendo
así al Congreso en un archipiélago de arbitrariedad. En un océano de
opacidad. En un recinto donde muchos se suben a la tribuna para
vociferar, pero pocos mueven un dedo para esclarecer. Nuestros
representantes no son sancionados si vacacionan durante periodos
extraordinarios, si aprueban la cuenta pública fuera de tiempo, si
reciben bonos por aprobar reformas estructurales, si se van anualmente a
Las Vegas a costa del erario, si se reparten el remanente del
presupuesto al final del año de manera discrecional.
Muchos pensábamos que la reelección erigiría un límite de contención a
la voracidad. Que generaría incentivos para representar y no sólo
aprovecharse. Pero dados los tiempos y las peculiaridades y los
controles que la ley permitiendo el tránsito a la reelección establece,
no queda claro que sea un control suficiente. La información del
Congreso sigue siendo resguardada, los instrumentos de vigilancia son
débiles o inexistentes. La iniciativas para introducir mecanismos de
transparencia o control languidecen en comités legislativos,
empolvándose. Permitiendo entonces que los legisladores gasten pero no
representen. Disfruten comidas de 14 mil pesos pero no logren articular
una oración con sujeto, verbo y predicado parados en la tribuna. Abusen
pero no respondan a los reclamos más básicos sobre cuál será el impacto
de las reformas que acaban de aprobar. Compren bolsas Louis Vuitton pero
no puedan explicar en qué condiciones van a vender el espectro
radioeléctrico o el petróleo.
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Cuatro miembros de una familia ahora viven en la miseria
por culpa de vendedores de predios clandestinos en
complicidad con los gobiernos municipales.
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Mientras tanto, Ricardo Monreal -diputado de Movimiento Ciudadano-
revela que San Lázaro estudia una propuesta para dar a cada legislador
un millón de pesos como “bono por desempeño”. Una iniciativa para
aumentar en 30% para 2015 los gastos del recinto legislativo para quedar
en 8 mil 821 millones de pesos. Una propuesta para atender los “nuevos
gastos” del Congreso como 4.5 millones de pesos para transporte de los
diputados, 114 millones en bonos de fin de Legislatura para empleados,
285 millones en aumentos de honorarios y 250 millones en liquidaciones. Y
el pilón: 100 millones más para una partida etiquetada como “subvención
especial febrero 2014”. Como la “subvención especial” -¿el soborno?-
que acompañó la aprobación de las reformas estructurales en este último
periodo legislativo. Gastos opacos, cuestionables, discrecionales que
van erosionando la calidad y la credibilidad del sistema legislativo.
Gastos que transforman la democracia representativa en una cleptocracia
rotativa. O en una comilona sin fin.
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